apertura y experimentación en investigación cualitativa...
Vale. Como editor de la revista FQS, ayer recibí de primera mano los artículos publicados durante el mes de agosto. Hablaré de dos de ellos por ser especialmente interesantes para lo que me ocupa estos días. El tema de estos artículos ha coincidido justamente con una reflexión personal que me rondaba y que ayer compartí con Kip. Hace tiempo que pienso en hacer algunas aclaraciones sobre mis comentarios en este blog con el fin de ampliar y concretar la base de mis reflexiones. Las aclaraciones guardan relación con la libertad en la investigación cualitativa, las imposiciones academicistas y la necesidad de consensos.
Mi charla con Kip comenzó tratando el post del jueves de Edgar y su comentario sobre hacer tesis que aborden el fenómeno YouTube o Google-Video y las prácticas de la gente en esos espacios. Los comentarios de Kip sobre el tema provocaron en mí un efecto contradictorio en relación a las reflexiones que me rondaban los últimos días. En jerga termodinámica (creo que esa es la ciencia que so ocupa de esto), por un lado, hicieron que mis ideas entraran en resonancia y, por otro lado, disminuyeron la entropía en mi cabeza. Esa desconfiguración y posterior convergencia se relaciona también con lo que están suponiendo estos días en Bournemouth. Al comienzo pensé: escribir sobre etnografía es interesante, y este mismo diario me servirá de práctica de autorreflexión, como de hecho así está siendo. Pero hay un factor que no consideré, en lo que puede ser un “error de principiante”. El factor que no tuve en cuenta cuando llegué a aquí era que venía a un Centro dedicado a la investigación cualitativa. Es decir, un lugar que está pensando divergente y, además, quien me había invitado era un investigador que no se acomoda precisamente al mainstream de la academia. Yo estaba encantado con lo que eso suponía, pero no tuve en cuenta lo que realmente significaba. Y el resultado está siendo una re-construcción de las ideas iniciales con las que llegué aquí.
Siguiendo con mi conversación de ayer, cuando le plantee a Kip lo que Edgar había dicho en su blog, yo estaba partiendo, de alguna manera, de esquemas preconcebidos. Yo tenía en mi cabeza lo que realmente podía ser una investigación cualitativa sobre YouTube (por otra parte, también pensé que ya habrá unas cuantas por ahí en proceso). Partiendo de un enfoque abierto, incluso puse el ejemplo de investigar YouTube como argumento para plantear etnografías virtuales distintas. Y en esto. Claro –dijo Kip-, eso es lo que pasa con lo preestablecido. Lo que se ve constantemente es gente que plantea sus resultados de investigación como una justificación del método empleado. Los artículos en revistas son escritos para agradar a los colegas de una determinada corriente. Las innovaciones responden a necesidades de subsistencia y una pretendida reafirmación de la calidad del investigador ante sus colegas. Lo que realmente sería interesante saber de la gente que hace “Dancing duovideoplaybacks” (Edgar dixit.) es (trascribo y amplío algunas preguntas abiertas) el por qué lo hacen, cómo se integra esa necesidad de performance en los esquemas de valores culturales de los autores, qué tipo de recompensa sociocultural esperan conseguir (directa o indirectamente, consciente o inconscientemente), qué lógicas están detrás de ese tipo de comportamiento, qué anclajes tienen en otras formas de hacer performance, el proceso mismo de producción de un video y cómo se salvan las dificultades encontradas, porqué se elige YouTube y no Google-video u otras plataformas, etcétera. Lo que Kip estaba diciendo era que no importaba el método. El método en cuali es abierto y generativo por definición. Importaba conocer los significados culturales de las acciones emprendidas por esa gente. Interesaba, desde un punto de vista antropológico, acceder a los esquemas de significado que están detrás de los comportamientos para poder así comprender el mundo de esas personas. Eso puede hacerlo la investigación cualitativa, pero, ¿por qué entonces hablar de los métodos como algo cerrado?, ¿a quién, salvo a los puristas académicos interesa validar ese proceso de por sí generativo y novedoso en cada caso y, por definición, sometido a cambio y variación? [por cierto, aunque estábamos hablando de un campo de estudio en Internet, esa palabra raras veces aparecía… era sustituida por otras “clásicas” como cultura, negociación, diálogo, construcción, significados, comportamientos, valores, sociedad, etcétera].
Por supuesto, estas cuestiones habían superado con mucho mi planteamiento inicial de hacer una etnografía virtual “abierta” sobre esto. Y me estaban obligando a re-plantearme el significado de este diario mismo. Porque, de alguna manera, lo que yo estoy diciendo aquí es qué es aceptable y qué no lo es en el campo de la etnografía virtual.
Pues bien, en esas estaba cuando recibo el index con las publicaciones de agosto en FQS y comienzo a leer, mira tú por donde, este artículo:
Michael Agar (USA): An Ethnography By Any Other Name...
Estoy salvado, al fin veo de nuevo la luz. La intención de este artículo se puede trasladar a este diario, pero añadiendo el término “virtual” a la palabra “etnografía”. Se trata de establecer las bases para hablar de etnografía en relación a otras prácticas de investigación. Dos cosas me interesaron especialmente de este artículo. Una ortodoxa y otra heterodoxa. La primera –en la línea de lo que vengo escribiendo estos días- es la idea de establecer algunos puntos de consenso. Agar habla de los siguientes:
“Supongamos que la etnografía fuera un programa informático, quizá un juego. El programa posee distintos parámetros que un jugador puede fijar con distintos valores. (…) Aquí están unas cuantas [cosas relevantes] que se me ocurren:
# Control: ¿Cuánto de obligación tiene la etnografía? ¿Cuantas de las preferencias del etnógrafo hacen por estructurar los métodos? ¿En qué medida su personalidad le lleva a ‘hacerse cargo de’ antes que ‘dejarse llevar’ un poco?
# Enfoque: ¿En qué medida un etnógrafo se centra en un tema particular o en los diversos problemas que se presentan?
# Escala: ¿Hasta qué punto está un etnógrafo comprometido con el nivel fenomenológico de la experiencia? O ¿está él/ella interesado por los grandes niveles globales y/o por los pequeños niveles psicobiológicos?
# Eventos: ¿Qué período de tiempo y espacio pretende cubrir el etnógrafo? ¿Un evento particular en un lugar particular, en un extremo, o todos los eventos y situaciones de todos los miembros del grupo, en el otro?
# Situaciones asociadas: Eventos prolongados en el tiempo y distribuidos a lo largo del espacio. ¿Hasta cuándo se persiguen y son referidos en el tiempo y hasta cuándo son seguidos en su movimiento por el espacio?
[…]
# Previos: Lo ‘previo’ forma parte de la jerga tradicional en investigación social para referirse a las categorías y proposiciones previas que llevas contigo a la fase de estudio, categorías y proposiciones procedentes de alguna teoría de las que debes decir algo al final. Por ‘previo’, pienso, yo también entiendo todo el relleno que llevas contigo, incluido tu autobiografía, identidades, la historia personal que conforma lo que eres.
# Aportes: (..) ¿Qué has prometido o que debes aportar a la vuelta por el apoyo que has recibió para hacer el trabajo?
# Intereses: aquí me hago eco del trabajo de Jürgen Habermas sobre ‘Conocimiento e intereses humanos’ (1971). ¿Qué intereses abarcó este estudio? ¿Quién está pagando por ello y por qué? ¿Quién está haciendo esto y por qué? ¿Quién está participando en ello y por qué? ¿Qué intereses se están sirviendo en todos estos niveles?” (párrs. 35 y 40).
Mi trabajo de campo en este tiempo pretende hablar de la etnografía virtual de la misma forma en que estos parámetros pueden ser interpretados. Y, ¿cómo pueden interpretarse estos parámetros de forma que no sean tomados como prescripciones? Agar lo aclara a continuación:
“Los ocho parámetros no son triviales. Todo ellos son válidos para discutir y debatir. Todos ellos, de hecho, han sido y son tópicos en intercambios apasionados como los que he revisado al comienzo [del artículo]. [Se puede] Considerar el parámetro ‘eventos’, y recordar la pregunta común entre mis anfitriones, investigadores de la educación: ¿Es una etnografía de una clase una etnografía real? Por supuesto lo es. ¿Son otros tipos de ‘etnografías de la educación’ posibles? Por su puesto lo son” (párr. 42).
Ese es el sentido abierto que se puede hacer de las reflexiones en este blog.
Hasta aquí la ortodoxia. La cuestión heterodoxa, que me lleva a cuestionar muchos principios, parte de la siguiente sentencia:
“¿Es la investigación cualitativa realmente etnografía? No necesariamente, quizá ni siquiera lo es la mayoría del tiempo. Lo que está claro es que el término [cualitativo] obstaculiza más que ayuda a responder la cuestión de cómo puedes decir si algo es etnografía real”
(párr. 18).
Bien, a mí me gusta la investigación cualitativa. La etnografía solo me interesa como método. Lo que me mueve como investigador cualitativo son las preguntas formuladas anteriormente sobre los videos en Youtube… cómo afrontarlas… cómo obtener respuestas significativas culturalmente. Pienso que lo demás es secundario. Y si eso es lo que es etnografía, si es solo método, estructura y preceptos, entonces la etnografía es secundaria.
El siguiente artículo que aparece ene. mismo volumen de FQS es un crítica radical al anterior:
Wolff-Michael Roth (Canada): But Does "Ethnography By Any Other Name" Really Promote Real Ethnography?
Directamente ligado al texto de Agar, en este artículo Roth contradice punto por punto su visión. Sencillamente rechaza la posibilidad de hablar de etnografía real o no real. Su argumento rechaza de plano el planteamiento de Agar por considerar que está empleando métodos dentro de la etnografía para explicar lo que la etnografía es, con lo cual está ya tomando partido por una postura. Y es que Roth basa su crítica justamente en las posturas y posicionamientos científicos:
“Mi comentario acerca de los respetados y respetables antropólogos me lleva a otro punto importante. Para ser respetable y respetado, uno necesita estar dentro de las fronteras de aquello que distingue a la etnografía real de lo que está fuera y que, por tanto, no pertenece al club. Esta frontera es móvil, como cualquier académico, disciplinario y frontera nacional; se hacen guerras en torno a ellas precisamente cuando las fronteras deberían ser movidas, y quienes se apropian de la frontera dejan completamente de lado esa cuestión. Yo —aunque otros podrían disentir— leí el texto [de Agar] como si se tratara de una de esas guerras entre fronteras. De manera más general, podemos leer el texto de Agar de dos formas: (a) como un texto que expone algunos de las discusiones que han estado ocurriendo sobre lo que constituye la etnografía real y (b) como otro episodio de una guerra acerca de donde se colocan las fronteras de la etnografía real y las formas de investigar que solo claman por ser, pero en realidad no son etnografía” (párr. 7).
En fin, poco más se puede decir. Como reflexión personal, yo creo reafirmarme en la necesidad de definir métodos, pero me chirría aún más la posibilidad de colocar barreras al terreno de la investigación. Más aún en el caso de la investigación cualitativa, que abarca enfoques como la teoría del caos o la teoría de la catástrofe, ambas reseñadas como argumento por Roth.
Es por ello que me parece interesante aludir a lo que no “sólo” es en etnografía virtual. Porque eso incluye también aquello que se está matizando. Es eso, pero no sólo eso. Es eso y es también algo más. Y ese algo más, lo que está diciendo es: ¡hey! aquí hay una puerta abierta, veamos qué hay más allá. Veamos qué hay más allá en la etnografía y, también, veamos qué hay más allá en el terreno de la investigación cualitativa.
La idea cuando comencé este diario era determinar lo que no era etnografía virtual, porque mi experiencia me decía –especialmente tras asistir al Workshop del IN3, Investigando el mundo digital– que muchos investigadores se estaban apropiando del término con finalidades distintas a la de su sentido originario. Y lo hacen con una cierta intencionalidad. Esa tensión llega al punto de desvirtuar el sentido de la etnografía y pasarse a otros terrenos metodológicos clásicos que están, por así decirlo, menos de moda en el ‘mainstream’ académico. Métodos como la investigación acción participativa, los estudios de casos, la observación participante, la entrevista en profundidad, los grupos de discusión, cuando no, directamente, la intervención social, se emplean dándoles un sentido etnográfico que consiste, básicamente, en la presencia del investigador en el campo durante un tiempo y la descripción posterior de sus experiencias. Desde mi punto de vista, todos esos métodos son un avance en la investigación social, permiten separar el objeto de estudio de lo estrictamente mesurable y acercarlo al terreno de las experiencias personales y los significados atribuidos a esas experiencias, en lo que se ha llamado la ruptura con el positivismo. Yo y otros muchos investigadores los emplean con sus distintas variantes. Además yo soy profesor de intervención social y soy afín a métodos como los procedentes de la escuela crítica de Chicago, que defienden el compromiso del investigador en lo que está haciendo. El compromiso por untito de intervención que tienda al cambio y la mejora social, al progreso y la emancipación de colectivos marginados. La etnografía también recurre a muchos de los métodos de investigación citados para construir su corpus. Lo que ocurre es que todos ellos, tomados independientemente, no forman una etnografía. La etnografía no pretende transformar el mundo ni el empoderamiento de los colectivos. Tampoco pretende entrevistar a alguien o estudiar un caso. Si hace esas cosas es para comprender los procesos que están detrás de los hechos. Hacer uso de distintos métodos de investigación cualitativa, no es ni bueno ni malo en sí. Lo cuestionable de recurrir a la etnografía de forma indiscriminada es hacerlo como subterfugio para legitimarse en el terreno de la investigación cualitativa, dado el prestigio que parece gozar ese método en nuestros días.
Lo que los comentarios de Kip aportaron a esta reflexión es que en investigación cualitativa hay que comenzar por el final, es decir qué es lo que quiero averiguar y no cómo. Porque el cómo es abierto y sometido a variación durante el proceso. Una observación participante puede acabar en etnografía y una pretendida etnografía puede terminar siendo una investigación acción con propósitos de transformación social. Eso es justamente lo que hace interesante este paradigma y lo distingue del positivismo, preocupado por medir, validar, garantizar independencia, obtener representatividad… Lo que importa es el qué (qué significados, qué cultura, qué comportamientos y por qué, cómo hacer para mejorar o para evitar, etc.). Esas son las preguntas que mueven a los investigadores sociales. La legitimación de sus prácticas interesa sobre todo a “la academia”, y menos a la ciencia social cualitativa.
Seguimos...
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