investigar en el campo supone penetrar en un escenario y ver lo que (realmente) ocurre en su contexto...

Tuesday, August 29, 2006

la etnografía virtual no estudia (sólo) los temas de los que tratan las comunidades virtuales...

Para analizar este tema voy a partir de lo avanzado en un post anterior: la etnografía virtual no trabaja (sólo) con comunidades virtuales… Este texto supone una ampliación de aquél, por lo que voy a resumir los argumentos empleados entonces:
# Por un lado, las conexiones sociales en lo virtual y en lo real son demasiado complejas como para afirmar que un grupo de personas con las mismas afinidades y que comparten tiempo y contactos a través de la red forman una comunidad. Esto se muestra en el estudio de Wellman et. al. “The Strength of Internet Ties: The internet and email aid users in maintaining their social networks and provide pathways to help when people face big decisions”, que informa de las interacciones en el contexto socioestructural de las personas entre las conexiones en el mundo físico y el virtual, y de cómo es posible encontrar vinculaciones entre ambos entornos en las formas de comportamiento social. En concreto, el estudio afirma que las personas con un mayor número de conexiones en el ciberespacio tienen también más éxito social en el mundo físico, medido éste en número de lazos de sociabilidad en el entorno próximo… lo que, por otro lado, lleva a Castells (2001), apoyado en Wellman, a hablar de un esquema propio de la sociedad de la información denominado “individualismo en red”.
# A este argumento se suma la teoría del actor-red de Latour (2005), que afronta las complejas relaciones en la estructura social. Latour habla de un tipo de pertenencia --análoga al concepto clásico de agregación social-- dada en torno a múltiples situaciones grupales y de las acciones como complejos entramados de interacción, donde los artefactos y los objetos tienen tanta importancia como los sujetos, ya sean éstos “actores” o “diana” de las acciones.
Pues bien, tras esta primera aproximación, ahora trataré de desmontar un tipo de planteamiento cerrado, en tanto que constriñe el campo de estudio de la etnografía virtual (o digital). Ese argumento se resume en una sentencia de este tipo:
“La mayoría de las comunidades virtuales se desarrollan alrededor de un tema, en este sentido las comunidades virtuales varían de acuerdo a lo que se dice y las formas de decir lo que se dice. La comunidad virtual es comparable con la noción de campo; un campo limitado por el tema alrededor del cual se estructura la comunidad. La etnografía virtual se encarga de estudiar esos temas de los que tratan las comunidades virtuales”.
Esa es una visión limitada que reduce las posibilidades del estudio cualitativo de la virtualidad. Por supuesto, el estudio de los temas que tratan las comunidades virtuales es apasionante [nota: un buen ejemplo de ello es el estudio de caso de corte etnográfico de Aceros (2006), “Ensamblar maquinas para construir sociedad” (título sometido a variación, tomado en notas de campo durante la ponencia “Subvirtiendo el orden informacional; siguiendo la pista de los hackers”, en el Workshop del IN3, Investigando el mundo digital; para un trabajo derivado, puede verse “Sobre el error como acontecimiento y el hacking como aprovechamiento creativo del mismo”), un estudio estructurado en torno a la idea de “proyecto” y siguiendo los pasos de los hackers en el ciberespacio y más allá del ciberespacio], pero ese no es el único objeto de la etnografía virtual.
Puede que el cambio de enfoque sea una cuestión de tiempo. Kuhn (1962) apunta que se necesita cierto tiempo para que las nuevas corrientes teóricas cristalicen y desplacen a los paradigmas establecidos. Ese proceso es dinámico y se da de forma constante, pero hay períodos de estabilidad en los que un paradigma es dominante. Si hay algún rasgo que caracteriza el momento actual es el de la fluidez, lo líquido, lo evanescente, lo inestable (Verdú, 2003). El cambio determina el devenir de los acontecimientos. La innovación está en la base de la sociedad de la información, de la que Internet es su materia prima (Castells, 1999-2005). Y eso hace que, en esta etapa, y especialmente en el área de la ciencia que estudia los fenómenos más vinculados a la innovación (social, tecnológica, metodológica), los paradigmas transcurran en períodos de tiempo más cortos. Un paradigma que veía (sólo o muy especialmente) el interior de Internet como objeto de estudio específico (la cultura de/en Internet e Internet como cultura en sí misma), con un tipo de estructura propia, integrada por comunidades estables, donde las personas comparten hábitos de comportamientos susceptibles de ser estudiados de forma particular, está dejando paso a otro caracterizado por una visión de la red y el ciberespacio como un fenómeno cultural complejo (Internet como artefacto cultural), cuya estructura se entrelaza con la de la sociedad física, donde una de las claves es la mediación, que puede ser estudiada desde múltiples aproximaciones, porque en su interior hay lugar para otros tantos fenómenos, compuestos, complejos, indefinidos y fluidos, y donde lo central no es definir el método, explicar los principios epistemológicos que hacen su estudio diferencial, o atender a las cuestiones de validez en el contexto de la ciencia social, sino averiguar los significados con los que se construyen las relaciones, encontrar sentido a los comportamientos, describir procesos, analizar trasformaciones y representar los datos de forma apropiada al medio y los elementos que han ocupado el campo de investigación.
En estos momentos se está produciendo esa transición. El cambio –-que a falta de un relato generacional, es más ‘de facto’ que justificado, o fruto de la reflexión y del consenso-- está dejando de lado las figuras que fuero ascendentes en el paradigma anterior. La madurez de Internet y la actual realidad del ciberespacio hace que algunos estudios clásicos que han sido centrales en el análisis de la cibercultura (por citar solo tres significativos, Turkle (1995), Agre y Schuler (1997) o el más reciente de Wilson y Peterson (2002) [The anthropology of online communities, Annual Review of Anthropology, 2002, 31: 449–67]) sean vistos hoy en día con cierta distancia. Los mismos Rheingold (1996), Smith y Kollock (ed.)(2003) (éste, si exceptuamos el capítulo, realmente notable, de Wellman y Gulia) y Jones (ed.)(2003), por citar a los autores más destacados, también corresponden a otro paradigma anterior. Esto no quiere decir que esas visiones no sean centrales y lo sigan siendo en el futuro. Son referencias científicas y entre ellas y los métodos actuales se dan múltiples conexiones. Por ejemplo, la visión literaria de Gibson (1984) no es puesta en duda como metáfora del ciberespacio. O, desde la ciencia, las aproximaciones de Escobar (1994), Castells (1999-2005) o Hine (2000) son hoy por hoy plenamente vigentes. Basan su vigencia en el lenguaje que emplean, el lenguaje de la ciencia básica, en estos casos, el de la antropología y la sociología. Es decir, hablan de desde territorios estables, esenciales. Estos y otros autores han puesto las bases de lo que hoy en día son los estudios sociales, culturales, económicos, educativos, (por ejemplo, en el terreno socio-educativo, la aproximación de Pierre Lévy a la cibercultra [Sobre la Cibercultura, Revista de Occidente, 206, junio 1998], lo virtual [¿Qué es lo virtual?, Barcelona, Paidós, 1999] y sus transferencias a lo educativo [Collective intelligent, Cambridge, Ma., Perseus Books, 1999] continúa siendo un referente), etcétera, basados en métodos cualitativos.
Pero esa visión se torna hoy distinta. Los textos de los autores de referencia no pueden ser hoy analizados del mismo modo que lo eran hace tres o cuatro años. Ahora las bases se han movido, porque la superficie sobre la que descansan es, por definición, inestable y compleja. En los ochenta no existía Google y no es hasta 2005 que se habla de la Web 2.0. Solo esos dos artefactos tecnológicos han dado lugar a cambios culturales tan profundos –-cambios culturales en el sentido dado, entre otros, por Latour (1988)-- que requieren de nuevos horizontes epistemológicos par ser interpretados.
Para finalizar, citaré un trabajo en la línea de los enfoques contemporáneos, basados en las corrientes científicas clásicas y que recurren a autores del pasado para planear nuevas aproximaciones. Ese enfoque no desecha las contribuciones pasadas, sino que les da una vuelta más para adaptarlas al actual contexto.
Para Budka y Kremser (2004) [CyberAnthropology - Anthropology of CyberCulture. En S. Khittel, B. Plankensteiner y M. Six-Hohenbalken (Eds.), Contemporary issues in socio-cultural anthropology. Perspectives and research activities from Austria, Viena, Loecker, 213-226) la (ciber)antropología, o la antropología de la cibercultura, trata sobre:
“las tecnologías y cómo éstas son construidas e implementadas en la sociedad y la cultura. En ese sentido, la ciberanptropología no es completamente nueva. Desde 1950, los antropólogos han investigado de forma creciente las tecnologías y sus particulares impactos en las culturas no-occidentales. Uno de los ejemplos más conocidos es el trabajo de Maurice Godelier (1971) [Salt currency’ and the circulation of commodities among the Baruya of New Guinea, en G. Dalton (ed.), Studies in economic anthropology, Washington, American Anthropological Association, 376-379] sobre los efectos de la introducción de hachas de acero en grupos indígenas de Papua Nueva guinea y Australia, pero como anota Escobar (1994), entre otros (por ejemplo, Pfaffenbenger, 1992) [The social anthropology of technology, Anual Review of Anthropology, 21, 491-516], uno no puede adaptar esas aproximaciones al altamente complejo sistema tecnológico en las sociedades y culturas ‘modernas’” (p.214).
Ese puede ser un punto de partida para las etnografías virtuales: las aproximaciones esenciales a la antropología. Pero, tras de esa sentencia, es igualmente preciso anotar objetos y ámbitos para el estudio. Budka y Kremser (2004, p.215) proponen los siguientes ámbitos para la etnografía, entre los que se incluyen, como no, las comunidades virtuales (el apartado donde incluyen esas referencias se titula “Los dominios etnográficos de la ciberantropología, lo que en sí constituye una declaración de intenciones):
(a) “Quizás el dominio más obvio para la investigación etnográfica puede situarse allí donde las TICs son producidas y usadas: desde laboratorios informáticos y empresas, proveedores de servicios de Internet (ISPs) y centros de diseño de realidad virtual, hasta hogares, escuelas y lugares de trabajo como áreas de recepción y consumo”.
(b) “Un segundo dominio está formado por el uso de TICs, como Internet, que conecta a millones de ordenadores y a sus usuarios. (…) [Dentro de las comunidades virtuales] Los etnógrafos pueden estudiar las diversas relaciones entre lenguaje, estructura social e identidad cultural que son producidas por la comunicación MEDIADA [n.d.t. subrayado nuestro] por ordenador”.
(3) “La ‘economía política de la cibercultura’ es otro de campo para el estudio etnográfico; éste investiga las relaciones entre ‘información’ y ‘capital’, así como las dinámicas políticas y culturales que la ‘información’ pone en movimiento”.
Budka y Kremser (2004) citan masivamente a Escobar (1994) y también a Daniel Miller y Don Slater (2000), dos de los pioneros actualizados. En este trabajo apuntan solo unos pocos casos de estudio etnográfico. Las posibilidades de hallar otros son tan amplias como la realidad sociocultural de Internet y sus aledaños. Como se ve, el campo de trabajo es amplio y va más allá de las comunidades virtuales. Solo queda que penetrarlo e interpretar el conocimiento en él y en su contexto.
Seguimos...

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