investigar en el campo supone penetrar en un escenario y ver lo que (realmente) ocurre en su contexto...

Saturday, August 05, 2006

la etnografía virtual no trabaja (solo) con comunidades virtuales…

En algún lugar he leído (o en muchos sitios con enunciados distintos) que la noción de comunidad en el ciberespacio ya no se remite al sentido clásico que la ubica en algún lugar y tiempo determinado. Una (ciber)comunidad puede ser vista como una comunidad de intereses, y lo que identifica a los grupos característicos (comunidades virtuales) son precisamente determinados parámetros que pueden tomarse en el sentido analítico como “características comunes”.
¿Es esto importante para la etnografía?
Veamos. Los archiconocidos Barry Wellman y colegas, en su archifamoso informe para el Pew Internet & American Life Project, “The Strength of Internet Ties: The internet and email aid users in maintaining their social networks and provide pathways to help when people face big decisions”, mantienen que la sociabilidad en la red va más allá de las interacciones virtuales y se proyecta en un entorno afectivo (de lazos afectivos en sentido amplio, personales, de amistad, amorosos, etcétera) físico, de manera que los sujetos más conectados virtualmente también lo son en la vida física. Qué es primero, si Internet y luego las relaciones personales, o si el éxito social y luego la proyección virtual, es algo que aún está por averiguar. Pero, en el estado actual de las cosas, la investigación de Wellman & friends ya permite validar una teoría que no se debería dejar pasar desde un punto de vista etnográfico: entre los virtualmente conectados se ha alcanzado un tercer nivel en el tránsito histórico de los modelos de sociabilidad, desde el predominio de las relaciones primarias –encarnadas en la familia y la comunidad física– hacia el de las relaciones secundarias –encarnadas en la asociación. Lo que el Informe Pew/Internet ha validado es la vieja teoría de Wellman (2001), según la cual ahora el patrón social predominante se constituye en torno a las relaciones terciarias, encarnadas en redes centradas en el “yo”. Es más, su definición de comunidad como “una red de lazos interpersonales que proporciona sociabilidad, apoyo, información, un sentimiento de pertenencia y una identidad social” (Wellman, 2001), toma ahora carta de naturaleza.
Aún es posible dar una vuelta de tuerca al clásico postulado de la comunidad de intereses en la red como eje de los análisis etnográficos. El análisis sociológico de Welman está solo a un paso del análisis filosófico-antropológico de Bruno Latour, con lo que aterrizamos en el campo que más nos interesa. Podemos tomar las reflexiones en su última compilación, donde por un lado matiza, y por el otro profundiza hasta el agotamiento, su famosa teoría del actor-red (enlace cortesía de Adolfo). Bruno Latour plantea cinco incertidumbres que dan paso a una redefinición de lo social: (1) no existe un solo grupo de pertenencia, sino que las situaciones personales son en sí referidas a múltiples formaciones grupales; (2) las acciones se entienden en el contexto de múltiples interacciones, hasta el punto de que no es sujeto quien inicia la acción sino que es diana de otras muchas interactuando a su alrededor; (3) las acciones no son solo construcciones humanas, también comprenden lo material, de manera que los objetos (y no solo los sujetos) influyen de forma determinante en el devenir personal; (4) los “hechos fácticos”, dados a priori, son también construcciones sociales; (5) la construcción de textos que reflejan situaciones (des un punto de vista empírico) se basa igualmente en la descripción de la red de mediaciones en torno a un acontecimiento. “Lo social”, al fin, es definido como “una asociación momentánea que se deduce interpretando las formas de agrupación de los actores”. A partir de este análisis brillante, Latour ofrece un corolario (como siempre ocurre con las recetas, de lo más cuestionable) para investigar las asociaciones implicadas en lo social… lo evito para no alargar…
Los análisis etnográficos en el ciberespacio desbordan las comunidades virtuales “al uso” puesto que los artefactos están implicados en la práctica totalidad de las relaciones entre humanos. Esto ya lo explicaban muy bien Miquel Doménech y Francisco Javier Tirado cuando decían, apoyándose en Latour (1999), que lo que está presente en las interacciones entre personas “son ciertos medios prácticos extrasomáticos que enmarcan y puntúan la interacción: textos, productos tecnológicos, arquitectura, instrumentos de medición, banderas... (…) la sociedad humana se sostiene gracias a elementos no humanos (…) Lo que nos sostiene unidos es lo que está más allá de nuestra carne, mezclado con lo lingüístico, con lo político e ideológico... En otras palabras, lo social no es lo que nos sostiene juntos, sino lo que es sostenido. Y la tecnología juega un papel primordial en ese ejercicio. En definitiva, tecnología y sociedad no son esferas separadas, sino algo mutuamente constitutivo y definitorio”.
En suma, no es posible entender como elementos separados lo tecnológico de lo social. La etnografía se ocupa de lo social, lo cultural y lo antropológico que hay detrás de sociedades y sujetos, y lo hace refirmándose a marcos estructurales que permitan explicar procesos (aún sin necesidad de contrastarlos como en los positivismos). Es por ello que una etnografía virtual (o, desde este punto de vista, ¿digital?) que sólo se ocupe de las comunidades virtuales basadas en intereses e interactuando a través de mensajería instantánea, blogs, o toda la parafernalia de la Web 2.0 no sería tal. En mi opinión, el debate estaría en si ese tipo de reduccionismo puede considerarse al menos microetnografía.
Seguimos…

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